La única manera que tenemos para hablar de café es con las historias y anécdotas de mi abuelo. A lo largo de su vida y hasta el final de sus días siempre habló de café, muy orgulloso de nuestros ancestros que vinieron de Italia a mediados del siglo XIX. Me atrevo a decir que en casa no se menciona «el pan de cada día», sino «el café de cada día». En uno de sus libros, titulado “Italia y Venezuela”, escribió que hacia el año 1853 llegó el primer italiano a Santa Cruz de Mora abriendo camino a la inmigración de italianos a esta población, su nombre fue Salvador Bottaro y es allí donde comienza nuestra historia.
Posteriormente para finales de 1891, con 15 años de edad, llegó Don Calógero Paparoni, 7mo italiano en pisar Santa Cruz de Mora, y de quien somos bisnietas. A él honraremos con nuestras historias.
Extracto del Libro “Italia y Venezuela” para ponerlos en contexto
El tiempo transcurría hacia la mitad del siglo XIX; estando en vigencia su cuarta década; en el valle con nombre “MOCOTIES” llamado así por una derivación del nombre de los indígenas que lo habitaron hubo un primer experimento poblacional en su zona Oeste, vecina al pié de monte del Páramo de La Negra; dicha fundación ocurrió en plena “Época Colonial”, y fue nominada Villa Bailadores -hoy simplemente BAILADORES- donde participaron españoles de apellido MORA, nominación ésta que será preciso tomar en cuenta más adelante…
Con el transcurrir del tiempo, gajos de ese primer asiento poblacional en el valle del Mocotíes, se extendieron río abajo, siguiendo la corriente de él, y nació el Cantón Villa de Tovar, -hoy simplemente Tovar-…
Más luego desde Villa Bailadores, buscando la confluencia de dos corrientes de aguas (El Mocotíes y la Quebrada de Mejías), más abajo de la Quebrada de “El Silencio”, partió un descendiente de español, quien tenía por nombre: JACINTO MORA RAMIREZ; en la zona buscada encontró algunos otros -del mismo origen- ya instalados, tales como Alejandro Chacón -quien fue uno de los primeros- Andrés Guerrero; José Ignacio Contreras, y otros. Más luego, después de una pasantía por Camagua, lo siguió su primo-hermano RAMÓN MORA GUERRERO. Un poco antes, un poco después, por el mismo motivo – o sea la búsqueda de las dos corrientes de aguas-, y originario del vecino País, arribó ESTEBAN JOSE PINTO VEGA, trayendo en sus alforjas semillas de café, con el propósito de buscar terreno apropiado para la plantación y cultivo de cafetos, basado en experiencia obtenida más allá del occidental límite del territorio patrio venezolano.
Pero, ¿Quién fue Salvador Bottaro?
Salvador Bottaro era integrante de una familia siciliana, cuyos miembros tenían dualidad de inclinaciones laborales: la agrícola y la comercial; por eso, al llegar al África meridional, al encontrarse con los cultivos de cafetos, tuvo el impulso de convertirse en caficultor por ser adicto a la aromática bebida (el café negrito), pero al enterarse de los procesos necesarios para realizar dicho cultivo, descartó iniciar esa actividad, dedicándose de inmediato a la comercialización del marfil, el cual exportaba para Europa, a través del puerto de Nápoles; dicha actividad le fue lucrativa y en corto tiempo, en aproximadamente cinco años acumuló significativa fortuna. La actividad de exportación del marfil le creó amistad con el contramaestre y propietario del barco que hacía cabotaje entre África y Europa, por medio del cual hacía las exportaciones.
Un buen día, el propietario del barco le comunicó a Salvador Bottaro que estaba preparando un viaje para América del sur, para el cual lo invitó, y éste aceptó pues ya contaba con suficientes recursos económicos. De modo que, siendo los mediados del año mil ochocientos cincuenta y ocho (1,858), fue iniciado el viaje hacía sur América y después de aproximadamente veinte días de navegación arribaron al puerto venezolano de La Guaira, donde desembarcó y se quedó el joven Salvador Bottaro, pasando luego a Macuto donde permaneció durante varios días, subiendo luego a Caracas; en ella permaneció durante un breve lapso, no obstante tuvo el suficiente tiempo para conocerla donde descubrió, yendo en coche tirado por caballos, o caminando, plantaciones de cafetos, al igual que había notado en el continente africano; nuevamente sintió emoción por ser adicto a la aromática infusión.
Más adelante dejó Caracas y recorrió los valles de Aragua y de Carabobo donde se enteró de la existencia de un puerto marítimo – Puerto Cabello…
Estando en Puerto Cabello tuvo conocimiento de la existencia en medio del mar Caribe, de una isla que estaba gobernada en lo político-administrativo, por un régimen irlandés, circunstancia que le causó curiosidad, y existiendo medianos buques que intercambiaban puertos, hacía Curazao se dirigió, y fue allá donde se enteró de la existencia de un gran lago, El Coquibacoa = Maracaibo, pero lo que más le llamó la atención fue la noticia de que el gran lago tenía comunicación con el mar Caribe a través de un canal natural, por donde entraban y salían embarcaciones de mediana caladura, estableciendo contacto con un puerto lacustre –el de Maracaibo – hacia él lo impulsó la curiosidad, y al percatarse de la magnitud del lago, decidió recorrerlo, y fue entonces cuando lo caudaloso de uno de los ríos que lo alimentan – El Escalante – por sus conocimientos geográficos y también por simple deducción, Salvador Bottaro tuvo clara presunción de las grandes extensiones de terrenos que debían de haber hacia el interior. Se antojó de recorrer el río Escalante, y lo hizo por medio de una pequeña balsa, en la cual llegó hasta un punto rivereño llamado Los Cañitos, que era una especie de puerto en una de las márgenes del río, sitio en el cual se iniciaba el camino de recuas hacia el interior; allí esperaban los Arrieros con sus arreos de mulas para transportar, en varias jornadas, las mercancías importadas por el puerto de Maracaibo, hacia la Ciudad de Mérida y poblaciones intermedias, y hacia el valle del Mocotíes, siendo Villa de Tovar el punto final, donde ya existía un formal comercio…
El aventurero (en el buen sentido de la palabra) Salvador Bottaro, sin tener idea del maltrato que habría de padecer a lomo de mula durante varios días, en las sucesiva etapas, decidió explorar territorio adentro, y por concejos de las gentes se acodó con un Arriero de ocho mulas cargueras -y una más para su monta- para hacer la travesía, cuyo destino era Villa de Tovar. A cada momento, al ir penetrando tierra adentro, no podía contener las exclamaciones al constatar las inmensidades de los terrenos selváticos, sin ninguna clase de cultivos, pero cubiertos, eso sí, por vegetación silvestre. La impresión que le causó el panorama fue algo muy razonable, puesto que él venía de una isla donde no existía un solo metro cuadrado de tierra laborable, sin ninguna clase de cultivo.
El cuarto día de viaje, la parada fue en un cruce de caminos, siendo asiento de una Hacienda con pastizales para las bestias cargueras, denominada Mocotíes –hoy Hacienda La Victoria- Dicha estancia tenía como prioridad, su condición circunstancial de hacer las veces de Puerto Terrestre. Temprano en la mañana del siguiente día partieron con la satisfacción de que esa sería la última etapa para llegar al destino que era Villa de Tovar. Transcurrida una hora de haber partido, y transitando por camino rivereño en la margen izquierda del río Mocotíes, fue entonces cuando Salvador Bottaro avisió una gran Cruz, aparentemente de madera, en el borde de un peñasco. Ante tal visión, le preguntó al Arriero el significado de aquella Cruz, y aquel le respondió diciéndole que correspondía a un pueblo que recién estaban formando: “’Quiero verlo” dijo Salvador, entonces de inmediato su guía y compañero de viaje, le indicó un camino por medio del cual podía subir, y lo autorizó diciéndole que lo esperaba, y paralizó el arreo. Al llegar Salvador a un terreno inclinado, en cuyo borde estaba la mencionada Cruz, y adentrándose aproximadamente cien metros partiendo del borde del peñasco, se encontró con una vivienda –siendo aproximadamente las siete de aquella mañana de un día del mes de Junio de 1.858; al frente de dicha vivienda estaban ordeñando unas vacas, y un señor observaba el operativo; dicho señor resultó ser RAMON MORA GUERRERO, nada menos que uno de los fundadores de Santa Cruz del Carmelo. Al acercarse Salvador Bottaro, saludó diciendo: ¡BUONGIORNO SIGNORE (buenos días señor). La llegada del personaje, como fue natural causó sorpresa, por lo tempranera, por la vestimenta que portaba, y por el léxico al saludar. De inmediato, la noticia del arribo del extraño personaje llegó a oídos de los vecinos, quienes, dejándose dominar por la curiosidad, se fueron acercando al sitio donde Salvador Bottaro había sido recibido por Ramón Mora Guerrero, quien le había obsequiado un vaso de leche recién ordeñada, y pringado con una pizca de brandy. Aquel obsequio, por la forma en que fue presentado, motivó en Salvador Bottaro una reflexión, ocasionada por el hecho de encontrarse con personas con grado de educación y gentileza, siendo, por tanto, de muy distinto proceder, con respecto a las personas encontradas desde su partida del sur del Gran Lago. Le agradó el sitio, le agradaron las personas muy atentas, y eso ocasionó que se quedara.
Y, ¿Quién fue Don Calógero Paparoni?
Para hablar de nuestro bisabuelo debemos nombrar otro libro escrito por Nonno titulado “Apología”.
Escribió Nonno: “Trabajó intensamente con hartas dotes gerenciales, convirtiéndose en el mayor y mejor productor de café, no solamente de las áreas del Mocotíes, sino del Estado Mérida, de los Andes Venezolanos, y de Venezuela. Su café pudo codearse en el mercado internacional con los famosos cafés que producían los valles de Caracas, los mismos que obtuvieron el mote de “AZULES DE CARACAS”, en dichos mercados.
En su dedicatoria dice el texto: “También dedico esta Apología a mis nietos, por ser ellos los bisnietos del “Gran Patriarca”; en consecuencia, les señalo la responsabilidad de continuar y mantener la estirpe.”
Estaba transcurriendo el año 1.891, y fue entonces cuando, desde América, Venezuela, Santa Cruz de Mora, llegó a Capo d’ Orlando, en Italia, en Europa, correspondencia, -como tantas veces- de Don Francisco Paparoni Bottaro, para su hermano, Don Pascual Paparoni Bottaro, quien fuese el padre del quinceañero Calogero Paparoni S. Dicha correspondencia no era de las usuales, con simples relatos de acontecimientos, sino que llevaba una concreta proposición. Habida cuenta de que, Don Francisco, residente en Santa Cruz de Mora –Venezuela- estaba enterado de que el primogénito de su hermano Don Pascual –en Italia- había terminado satisfactoriamente la enseñanza básica, y enterado también de que, no había intención alguna de continuar con estudios superiores, le propuso en aquella carta que, le cediese a Calogero, enviándolo a Venezuela, a Santa Cruz de Mora, para que le acompañase y le ayudase en los quehaceres de su Establecimiento Mercantil, pues él tenía que dedicar buena parte de su tiempo a la actividad agrícola, en su Hacienda “El Molino”…
La permanencia del joven Calogero en Santa Cruz de Mora, continuó indefinida, se estaban viviendo las postrimerías del siglo XIX cuando comunicó a su tío Francisco su decisión de quedarse definitivamente en Santa Cruz de Mora. En consecuencia inició los trámites para solicitar la aprobación de la tal determinación –ante sus padres allá en Italia- ante las Autoridades correspondientes en Venezuela para que le aprobasen su permanencia definitiva.
Ambas, pasado el tiempo indispensable, le fueron aprobadas satisfactoriamente, y fue así como definitivamente el joven CALOGERO PAPARONI S. fijó residencia en Santa Cruz de Mora.
Para Don Calogero el año 1.922 le fue de gran significado, pues en su transcurso ocurrieron tres hechos que le fueron muy relevantes: el seis de enero fue colocada la primera piedra para dar inicio a la construcción del Nuevo Templo del Carmen para Santa Cruz de Mora, de cuya Junta Promotora fue su Presidente
Como segundo acontecimiento, en el cual también fue protagonista, puedo referir la inauguración del “Puente Libertador”, ubicado en la Calle Bolívar de Santa Cruz de Mora, dicho puente fue puesto en servicio el siete de Mayo de 1.922.
Un tercer acontecimiento, marcó toda una trayectoria en la vida de Don Calogero Paparoni; cuyo motivo indiscutible lo ocasionó la adquisición en compra de la Hacienda “La Victoria; hecho que ocurrió según documento protocolizado en el Registro Subalterno de la Ciudad de Tovar, en fecha nueve de Agosto de 1.922; siete meses después de haberse dado inicio al levantamiento del Nuevo Templo para Santa Cruz de Mora; y tres meses y dos días, luego de inaugurado el “Puente Libertador”, también en Santa Cruz de Mora…
Como anotado, Don Calogero Paparoni adquirió la Hacienda “La Victoria”, mediante compra que hizo al Señor Luis Lares Prato, quien la había adquirido mediante compra al General José Rufo Dávila.
La Hacienda La Victoria
Una vez que tomó posesión, reunió a todo el personal residente en la Hacienda, así como a la población flotante, y habida cuenta de que, uno de los motivos por el cual se presentaba mayor número de inconvenientes, era la proliferación de parejas de concubinos, y como tenía un alto grado de religiosidad, les dijo:
“Ustedes o se casan, o se separan, o se van”. Esa determinación surtió efecto en muy corto plazo; la postura del nuevo propietario fue determinante; todos entendieron que allí se había establecido una autoridad, que en adelante habría orden, por lo demás, fue el comienzo de la depuración en el campo moral; por otra parte, empezó a catalogar a las personas perturbadoras –hombres y mujeres- para darles la largada. Simultáneamente, con el inicio del saneamiento moral, fue iniciado el saneamiento higienizante, fueron sacadas toneladas de toda clase de basuras, imperando la cantidad de estiércol de las bestias del frente de la casa, y de inmediato hizo colocar piso empedrado, con el debido declive, para facilitar, en lo sucesivo el lavado, el que, por su mandato, se realizaba dos veces por semana, derramando el agua de la acequia que alimentaba el tanque grande –que aún existe-. He de observar que, el piso empedrado ordenado por Don Calogero delante de la casa de la Hacienda “La Victoria” en el año 1.922, para sanear el ambiente, fue el mismo piso que sirvió como inicio del ramal carretero que posteriormente fue abierto –a pico y pala- hacia El Vigía; y muchos años después, hacia la Panamericana.
Don Calogero tuvo siempre muy presente los dos aspectos que consideró protagónicos –el social, y el generador de divisas, por la producción y exportación del café; ambos los consideró muy importantes para la economía de Venezuela.
En el aspecto social, decía Don Calogero: “El cultivo del café tiene una importancia de primer orden; es el producto agrícola que reparte mayor cantidad de dividendos, generando empleo para familias enteras; acondicionamiento de los terrenos, siembra de las plantas de cafetos, mantenimientos de éstas, limpieza de cafetales, recolecta del grano ya maduro cuando las cosechas, y finalmente el acondicionamiento del grano, en las necesarias etapas: descerezo; fermentación, lavado, secado, trillada; clasificado, terminando con la escogida para retirar los granos malos, para poder salir al mercado externo.” Y tuvo éxito, cuando logró que, en el Mercado de Nueva York, se impusiese su café –como de buena calidad- con la marca: “CAFÉ – C. PAPARONI –Product of VENEZUELA”.
Su empuje, su dinamismo, condujeron a Don Calogero a acomodar y engrandecer la Hacienda “La Victoria” en todos sus aspectos; organizando las actividades ya existentes, y a emprender y realizar muchas otras más, y de gran significado.
Sin ambages, nos atrevemos a anotar que, fue Don Calogero Paparoni, un personaje excepcional, por las obras que realizó, por la magnitud de lo ejecutado, que fue y continúa siendo tangible. Esta apreciación se oía ayer y se sigue oyendo hoy, especialmente de boca o de escritos de muchas de las personas que venidas de más allá de los ámbitos santacrucenses, visitan los recintos de la Hacienda “La Victoria”.